martes, 1 de agosto de 2017

En el Camino: 23ª etapa: Lourosa-Oporto

Oporto otra vez. Los recuerdos de la ciudad son, sin embargo, difusos. No reconozco las calles, los monumentos, el paseo fluvial. Sí siguen nítidas en la memoria algunas impresiones: una escalera de madera en una librería famosa, un paseo romántico en barca desde el mar hasta la curva del Duero bajo el puente grande, una visita a la oscura y húmeda cava de una bodega en Vila Nova de Gaia, un libro de Saramago, media botella de vino dulce en una terraza al atardecer, otra media botella en la espera del aeropuerto. Oporto otra vez. Pero, como en Lisboa hace un par de semanas, sólo vengo para salir de aquí.

------------------------------------------------------------------------------------------


Saliendo de Lourosa en busca de las flechas amarillas me dedico un rato a dar vueltas por calles irregulares iguales unas a otras, entre las que hay fábricas de corcho y talleres y jardines urbanos. Todo es el mismo pueblo, aunque haya cien señales indicando que se sale de uno y se entra en otro. Antes de llegar a Grijó he dejado atrás el distrito de Aveiro y entrado en el de Oporto. Para llegar a Grijó se avanza junto a un enorme cementerio en el que algunas mujeres están limpiando las lápidas, y después de atravesar un arco de piedra y unos amenos jardines se llega a la fachada del monasterio. Cuatro columnas altas sostienen una hermosa estructura de piedra con aspecto de retablo. A su lado, la torre de la iglesia, blanca y con piedra de granito, se queda pequeña y parece pobre. Y al lado de la iglesia está la Junta de Freguesia, en cuyo piso alto hay movimiento de gente y bastante jaleo. Les pregunto a dos viejos con boina que esperan junto a la puerta, y me explican que están registrándose para las elecciones del domingo que viene. Después vienen muchas explicaciones minuciosas sobre qué caminos tengo que tomar para salir de la ciudad. Una placa recuerda que un terreno aledaño fue cementerio de los miles de muertos que cayeron en una batalla de 1809, cuando las invasiones napoleónicas. De la ciudad, que es moderna y cómoda de andar, se sale por una larga cuesta que desciende hasta otros pueblitos de calles estrechas, huertas tapiadas, bosques de cedros y parcelas pequeñas de maíz y viña.

------------------------------------------------------------------------------------------

Sermonde, Perosinho, Canelas. Hay un tramo de varios kilómetros en cuesta por una senda hermosa de piedras enormes, tapias a los lados por los que crece un bosque variado y tupido. Se oye un ruido que llevaba mucho tiempo sin escuchar: por encima de las ramas de los árboles sobrevuela un avión que va a aterrizar. Después el camino se convierte en carreterín que se inclina hacia abajo entre quintas lujosas y después en calle ancha: Vila Nova de Gaia. En una panadería compro un pan de centeno y me hago un bocadillo de jamón. Entra mejor con una copa de vino de Oporto, que es lo primero que hay que pedir al llegar a Gaia. El camarero me aclara que el vino es de Réguas, a unos cien kilómetros, y que las bodegas están en Gaia, que Porto sólo tiene eso: el puerto desde el que el vino se va.

------------------------------------------------------------------------------------------


Vila Nova de Gaia es una ciudad moderna y grande. El tranvía recorre la Avenida da Liberdade, que tiene edificios altos y mucho ajetreo de ciudad, de tiendas y comercios y bares. Desde el mirador del teleférico uno ve Oporto con la intensa nitidez de la primera vez: tejados ocres con las bodegas justo abajo, a lo largo del paseo marítimo de Gaia, y al otro lado del monumental puente de hierro, la ciudad de Oporto inclinada sobre el río Duero. Algunas torres de piedra destacan entre el ocre y el blanco, y en el paseo fluvial hay colorido de fachadas. Por las aguas oscuras del río cruzan de vez en cuando esas barcas que pasean a los turistas.

------------------------------------------------------------------------------------------

La Sé Catedral me parece un edificio pequeño. Hay románico en la fachada, con su rosetón, pero también hay florituras barrocas. Por dentro es un espacio recogido, naves estrechas, bóveda de cañón que le devuelve a uno la sensación de estar en un templo románico. Para ver el claustro hay que pagar. Reposo en la quietud de un banco, salgo a comer a un bar barato, doy un largo paseo por el centro histórico de la ciudad. Avenida dos Aliados, Torre dos Clérigos, Hospital de Santo António. Las calles comerciales están llenas de gente, como en un día de feria. También hay muchos turistas sentados en las terrazas, en las plazas, turistas españoles, franceses, británicos. Hace calor. Varios tranvías viejunos van haciendo su lento recorrido por el centro. Y yo desciendo despacio hacia el río, huyendo de la multitud del turismo urbano de verano, y alargo mi paseo por la Rua do Ouro, sobre el río. Hay algunos turistas descansando tendidos en los bancos, hay hombres pescando, hay grupos de gente en terrazas de cafeterías pequeñas jugando a las cartas a la sombra de los árboles, a la brisa fresca del río.

------------------------------------------------------------------------------------------


Saldré de Oporto por el Camino de la Costa, que es el que parece que me evitará la aglomeración urbana y de peregrinos saliendo a la carrera. Así que me voy acercando hasta la Hoz del río Duero, a Foz do Douro, y llego hasta la Pousada da Juventude. Es un espacio amplio y cómodo, pero además de peregrinos hay, sobre todo, grupos de jóvenes en excursiones, e incluso una reunión de adolescentes que participan en un proyecto Erasmus +. En la sala donde voy a dormir hay un señor mayor que viste con pulcritud un traje viejo y gastado, y se mueve con movimientos delicados, como no queriendo hacer ruido. Sobre una maleta tiene un libro cuyo título dice algo de Palestina y del periodismo. Cuelga su traje con mucho cuidado en el armario, y se acuesta cuando faltan muchas horas para que sea de noche.

Cuando las piernas se han desentumecido, salgo a dar un corto paseo junto al río. Mucha gente camina, corre, o pasea al perro. Detrás de la hoz del río, a mano derecha, ya ha atardecido. El río tiene ya aquí una anchura marítima, y la brisa que viene del océano crea suaves ondas que hacen pensar que el agua lleva un sentido invertido. Me siento a leer en un banco frente a las aguas que se van volviendo de un azul de cristal y después moradas. Sigo con atención las pesquisas espirituales de Paulo Coelho en el Camino francés hasta que el frío de la brisa me obliga a resguardarme.


No hay comentarios:

Publicar un comentario