miércoles, 10 de agosto de 2016

En el Camino, días 14 y 15: Burgos-Hontanas-Boadilla del Camino

Al salir de Burgos el cielo está blanco, y se ha levantado un viento frío. Pasado Villalbilla de Burgos me encuentro con un americano de Wisconsin con el que hemos coincidido en varias etapas, y que desde aquí se vuelve a Estados Unidos. Como a otros amigos del Camino, me pide que le cuente a su cámara mis motivos para hacer el Camino, para un proyecto de su biblioteca. Paso de largo por Tardajos, pero se me enganchan dos italianos locos que llevan varios días demasiado exaltados, y cantan a destiempo y dicen cosas intempestivas. Me quedo en Rabé de las Calzadas a tomar un café para librarme de ellos. Hasta Hornillos del Camino hay una sucesión de cuestas sin gracia, con viento caliente, que quebrantan las rodillas. En Hornillos la compañía empieza a ser francesa, comemos bocadillos, bebemos un tinto tranquilo, nos preparamos para la larga y seca sobremesa. Hay más de once kilómetros hasta Hontanas, por cuestas moderadas que avanzan entre rastrojos con grandes pacas de paja, en un paisaje desolado y sin árboles, que parece un desierto mexicano. Hontanas nunca llega, a pesar de lo que dicen los carteles. En el último, 0,5 kilómetros, alguien con mala leche escribió delante un 1, y por unos segundos el pueblo vuelve a ser una alucinación. Al fin, escondido en un barranco que se hunde en el amarillo del paisaje, aparece el pueblecito de Hontanas, adonde encontramos reposo y cerveza fría, una sesión de yoga junto a la iglesia, una cena agradable entre el francés y el italiano, guitarras que tocan Azzurro.


Desde Hontanas nos amanece en un sendero estrecho entre campos cosechados. Caminamos entre ratones de campo, pardos y gordezuelos, que buscan entre la paja y apenas se mueven a nuestro paso. Salimos a la carretera, que cruza por medio de una antigua ermita románica, San Antón, partiéndola por la mitad. En Castrojeriz, mientras tomamos un café, la segunda claudicación: las rodillas han dado otro aviso, y decido enviar mi mochila hasta el final de la etapa. La subida al alto de Mostelares, hasta los 900 metros, es entonces un paseo descansado. El viento viene fuerte de espaldas, el campo está seco y amarillo, sin peso me parece que voy a echar a volar. Cruzamos Puente Fitero, sobre el río Pisuerga, y ya hemos pasado a otra provincia: Palencia. Empiezan los regadíos, campos de remolacha y alfalfa. Comida ligera y copa de tinto en Itero de la Vega, y un largo paseo llano de once kilómetros hasta Boadilla del Camino, de vuelta al campo amarillo. En Boadilla el viento se vuelve más frío. El pueblo es una iglesia con cigüeñas en lo alto, con casas alrededor, con tres calles, un palomar derruido, con el aire desolado de un país en proceso de abandono.


No hay comentarios:

Publicar un comentario