martes, 2 de agosto de 2016

En el Camino, día 6: De Estella a Los Arcos, final en Logroño

Las rodillas doloridas se desentumecen a lo largo de la calle Mayor de Estella (Lizarra). A la media luz de los faroles paso junto a las iglesias de piedra, junto al Palacio de los Reyes de Navarra, que hoy es una biblioteca pública. A las afueras del pueblo, en las zonas verdes y ocultas, todavía hay restos del botellón de las pasadas fiestas. Subiendo una cuesta se llega al pueblo de Ayegui, y justo a la salida, en lo alto, está el monasterio de Irache, rodeado de viñedos. A un lado, las bodegas Irache, que funcionan desde el siglo XIX, y que son famosas por ofrecer al peregrino una fuente con vino. Aunque no son todavía las siete de la mañana, echamos unos sanos tragos de tinto y rellenamos la cantimplora. Si hacemos caso a los mensajes escritos en las baldosas de la fuente, no nos faltará fortuna para llegar enteros a Santiago.



Campos de cereal cosechado, un fondo de montañas escarpadas hacia el norte, y después otro pueblito en alto, Ázqueta. Subimos más, hasta Villamayor de Monjardín. A la entrada del pueblo los peregrinos se asoman a un templete de arcos románicos con una fuente medieval. En lo alto del monte se enseñorea un castillo, y en el pueblo hay una pequeña iglesia románica. La puerta del templo está abierta, y por la ventana de junto al altar entra una luz pura y vertical que inunda los bancos y las paredes de piedra clara. El camino es monótono y caliente hasta Los Arcos. Hay algún puesto de comida en medio de los campos secos y polvorientos, y a la entrada del pueblo granjas con cabras y gallinas. También en este pueblo están colocadas las verjas que cerrarán las calles en los encierros taurinos en las fiestas de la semana que viene. Hay un mercadillo de ropas en la plaza principal, y peregrinos que se agolpan junto a los muros de la iglesia en otra placita con terrazas de bares. La iglesia de Santa María es uno de los deslumbramientos del camino. Un templo grande en el que se mezclan estilos, pero cargada de un delicado barroquismo: arcadas en los pasillos laterales, paredes pintadas de colores vivos, retablos de madera y de oro, frescos que completan las bóvedas del techo. El claustro es otra joya de piedra, y entre sus arcos adornados crecen los rosales, los olivos, una parra alta.

Después de comer tenemos que tomar una decisión. En la etapa de hoy, corta y sencilla, las rodillas han respondido mejor que en los últimos días, pero sin reposo los tendones no van a aguantar mucho más. Los más valientes han seguido hasta Torres del Río. Y nuestro pequeño grupo se desgaja y coge un autobús por una carretera tortuosa plena de ondulaciones. Atravesamos Sansol, Torres del Río, Bergota y Viana, y un momento después hemos pasado la línea imaginaria entre Navarra y La Rioja, con el mismo paisaje veraniego de rastrojos, monte bajo y viñedos. En vez de entrar por el puente que sobrevuela el Ebro, como casi todos los peregrinos, entramos por una parte fea y desolada de la ciudad: fábricas decadentes, negocios cerrados, edificios de apartamentos viejos y multiplicados sin sentido ni orden. Nos cuesta un poco entender que estamos en una ciudad española, hasta que por la calle Sagasta llegamos al centro, y al fondo de una calleja aparece la gran escultura en piedra de Santiago Matamoros. En la iglesia de Santiago está el albergue parroquial, adonde reposamos y reímos y bebemos buen vino que nos ofrece un sacerdote joven que habla varios idiomas. Tras la cena comunitaria, preparada entre todos, nos llevan por un pasadizo hasta el coro de la iglesia, adonde hay una reflexión común sobre la experiencia del camino, y también oraciones breves en italiano, español, portugués, holandés, alemán, francés, y una risa apagada con las extravagancias ridículas de un señor búlgaro que viaja sin dinero y que se ha pasado con el vino. Estos albergues parroquiales ofrecen servicios al peregrino a cambio del donativo que éstos quieran ofrecer. La mezcolanza de idiomas, creencias, experiencias, propósitos, en medio del ambiente de la generosidad más desprendida, no debe de ser tan distinta de la idea original del viaje en la Edad Media.

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