lunes, 1 de agosto de 2016

En el Camino, 5: De Puente La Reina a Estella

Atravieso el arco de la calle del Crucifijo y camino por la calle Mayor de Puente La Reina (Gares) cuando todavía no ha amanecido, a la media luz de las farolas amarillas que cuelgan sobre las fachadas de piedra oscura. Cruzo el puente de piedra del siglo XI, más de cien metros de puente con siete ojos sobre el río Arga, de la misma forma lenta y segura que han venido cruzándolo los peregrinos durante siglos. En las últimas veinticuatro horas he aprendido, más que de ninguna otra cosa, de la función de los tendones que participan en la articulación de mis rodillas. También he aprendido que uno no puede dejarse llevar por sus fuerzas, sino ir siempre por debajo de sus posibilidades, si quiere que el camino sea largo. El miedo a la tendinitis hace larga en el tiempo la etapa cómoda entre Puente La Reina y Estella.

Suaves cuestas y trabajosas bajadas por entre el amarillo de los rastrojos y los viñedos hermosos de racimos aún diminutos, majadas de ovejas, tractores que vienen de azufrar. Mañeru, Cirauqui (Zirauki), pueblecitos en alto que cada vez son menos pintorescos y al tiempo más habitables, de calles más anchas, más abiertas, más castellanas. Junto a la plaza de Cirauqui nos da la vida el agua de un botijo que está en la calle sobre el barril, al alcance del peregrino cansado. Después de la aldea de Lorca entramos en el valle de Yerri, por donde llegamos a Villatuerta. Una camioneta nos da el alto en la carretera: "Hello! ¡Coged la primera calle a la izquierda y subid a la iglesia, que como vais hablando os habéis salido del camino!". Por caminos blancos y calientes llegamos a las afueras de Estella (Lizarra). Salvamos el río Ega y subimos la última cuesta hasta la ciudad. En la Plaza Mayor hay un ambiente distendido de mediodía de verano. El centro de la ciudad, monumental de piedras nobles, está partido por el río, que salvan bellos puentes empinados, demasiado empinados para nuestras rodillas en crisis. Cenamos en muchas lenguas a las puertas del albergue parroquial, con vino de Valdepeñas y sandías. Ya de noche, asomados al balcón, conversamos con un grupo de americanos de Oregón que, cerveza en mano y linterna en la frente, salen a caminar de noche y están bailando en plena calle. Al rato hay que cerrar la ventana porque la noche sigue siendo fría.




22 kilómetros.

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