sábado, 24 de octubre de 2015

Fray Junípero Serra y las misiones españolas en California

El Papa Francisco visitó hace poco más de un mes la costa Este de los Estados Unidos, y uno de los aspectos que pasaron más desapercibidos en su gira americana fue precisamente una canonización, la del fraile español Junípero Serra, llevada a cabo en Washington. En nuestro país el nombre no es muy conocido, pero en los libros escolares de Historia en California, el padre Junípero Serra aparece siempre en las primeras páginas, como una figura fundamental para entender la Historia del estado. De hecho, fray Junípero Serra es considerado aquí el fundador de California. En Washington justamente, en el Capitolio, en el Salón Nacional de las Estatuas de Estados Unidos, la de fray Junípero Serra es una de las dos estatuas que representan al estado de California. Es la única estatua, de las cien, dedicada a un español.


         Los marineros y exploradores españoles ya habían llegado a las costas de la actual California a mediados del siglo XVI, y entrado en contacto con los indígenas, y bautizado con nombres del santoral católico todos los lugares por donde los llevaban sus expediciones, pero no se establecieron en ese territorio árido y poco poblado hasta mucho después. En el siglo XVII, los religiosos españoles, sobre todo jesuitas, empezaron a crear una red de misiones a lo largo de la península de la Baja California, a partir de la Misión de Nuestra Señora de Loreto, en el Golfo de California, que aun así quedaba muy lejos del centro de poder del Virreinato de Nueva España, en la ciudad de México. En el XVIII, la amenaza de los ingleses y los rusos, que llegaban desde el norte para comerciar en la Alta California, llevó a la necesidad de crear allí también este tipo de asentamientos, para asegurar la presencia española en el territorio.

         Y en ese momento cobra importancia la figura de Junípero Serra. El fraile había dejado muy joven la isla de Mallorca para viajar a las Américas. En 1749 partió de Cádiz junto a otros veinte misioneros franciscanos, hicieron escala en Puerto Rico y llegaron al puerto de Veracruz, en la costa caribeña de México. Junípero Serra fue conocido por sus grandes caminatas, a pesar de que estaba un poco impedido de una pierna, caminatas que aprovechaba para ir predicando entre los indígenas que encontraba. La primera de ellas fue desde Veracruz a la ciudad de México. Durante nueve años fundó iglesias y misiones en la Sierra Gorda de Querétaro, y después volvió a la capital mexicana. En 1767 partió del puerto de San Blas rumbo a la Baja California, hacia la misión de Loreto, donde él y los demás frailes franciscanos se harían cargo de los dominios de los jesuitas, que habían sido expulsados por el rey Carlos III del imperio español.

         Y en 1769 formó parte de una expedición terrestre que es considerada el acto fundacional de California. Junto al capitán Gaspar de Portolá atravesó los desiertos que llevan hacia el norte, con una comitiva de frailes y de ganado, con la idea de asentarse en el territorio de la Alta California. Llegaron a la bahía de San Diego en el verano de 1769, donde ya los esperaban otros españoles que habían llegado en barco, y aquí fundaron la Misión de San Diego de Alcalá. Es la primera de las veintiuna misiones españolas en territorio de California, construidas entre San Diego y San Francisco, a lo largo de lo que hoy aún se llama, con palabras castellanas, El Camino Real.

         Los españoles construyeron misiones en zonas donde había agua y buena tierra, allí donde había bastante población indígena, generalmente chumash y miwok, con la idea de evangelizar y, sobre todo, de controlar el territorio mediante asentamientos que probaran su presencia constante ante otras aspiraciones extranjeras. Hoy en día las misiones de California están restauradas, gracias al esfuerzo que a principios del siglo XX hicieron algunas personas que quisieron reivindicar la particularidad de los orígenes hispanos de este estado, con respecto a la historia oficial de la nación que se rebeló en la otra costa contra los ingleses, precisamente en las mismas fechas en que Serra y los otros frailes fundaban las misiones franciscanas.

       En las misiones había una basílica, centro de la vida religiosa de la nueva comunidad, pero también talleres de alfarería, de carpintería, de curtiduría, había cocinas, tiendas, una casa con cuartos modestos para los frailes, edificios separados donde vivían los indios, cercas para guardar el ganado.   Dentro de los muros que protegían la misión había una plaza espaciosa, con una torre de campana, y huertos y jardines donde además de los rosales hoy todavía se levantan los mismos naranjos, limoneros, parras y olivos añejos que fueron plantados por los frailes.


         Cada misión está separada de la siguiente por entre 50 y 75 millas, que es aproximadamente la distancia de una jornada a caballo. Después de la de San Diego de Alcalá, fray Junípero Serra participó en la fundación de otras nueve en los años siguientes: San Antonio de Padua, San Gabriel (que está dentro de la ciudad de Los Ángeles), San Luis Obispo de Tolosa, San Juan Capistrano, San Buenaventura o San Francisco de Asís (en la península de San Francisco, hoy dentro de la ciudad). Y él se estableció finalmente en el norte, en la Misión San Carlos Borromeo, justo al lado del Presidio de Monterey, en lo que hoy es la bella y exclusiva ciudad de Carmel-by-the-Sea.

         Aún le dio tiempo a viajar a la capital de México en 1773 para quejarse ante el virrey de ciertas actuaciones del comandante de la Alta California, que interfería demasiado en la vida de las misiones. Entregó al virrey un informe, la Representación sobre la conquista temporal y espiritual de la Alta California, en el que reclamaba un moderno concepto de autonomía de las misiones sobre los territorios y las personas con las que trabajaban. Volvió a las misiones del norte, y murió en la de San Carlos Borromeo en 1784. Ahí, en Carmel-by-the-Sea, que es sobre todo conocida por ser la ciudad de Clint Eastwood, está enterrado el padre de California, Junípero Serra, frente al altar de la basílica de la misión.

           Ahora que el Papa ha hecho santo a este español mexicano y americano, ha habido protestas en comunidades indígenas de California por este reconocimiento de la Iglesia Católica, y ésta es una de las causas de que la canonización se hiciera con poca pompa y publicidad. Los frailes atraían a los nativos a sus comunidades con las promesas de seguridad y protección, de abundancia, y también con promesas espirituales. Pero lógicamente hubo castigos, sometimiento, asimilación forzada, como en todo asentamiento europeo en América, y también revueltas violentas en algunas misiones. Sin ir más lejos, los indios asaltaron y destruyeron la Misión de San Diego en 1774, matando a varios religiosos. Volvemos, pues, al delicado asunto de la presencia europea en el continente americano. Pero no es una mala ocasión para que España empiece a conocer a uno de sus grandes aventureros de sotana y sandalias y sombrero de teja, uno de tantos que estrechan los lazos entre lo de aquí y lo de allá.

martes, 20 de octubre de 2015

¿Se pueden utilizar las palabras "español" y "orgullo" en la misma frase?

El otro día conté algunos detalles sobre lo conflictiva que empieza a ser la celebración del Día de Colón (Columbus Day) en algunos lugares de los Estados Unidos. Ya expliqué que es sobre todo una celebración italoamericana, pero el problema de fondo viene de una legítima interpretación indígena de los siglos de conquista, sometimiento y genocidio. Durante estas semanas se celebra también aquí el Mes de la Herencia Hispana (Hispanic Heritage Month), que además de los desfiles en Nueva York del 12 de octubre comprende otros muchos actos a lo largo del país, con campañas publicitarias incluidas, en prensa y televisión, donde personajes famosos exhiben su “orgullo latino”.

Ninguna palabra es inocente, y es difícil discernir qué se quiere decir cuando se dice Hispanic o las mucho más usuales Spanish o Latino, que casi siempre vienen a ser sinónimas. Yo, que soy español, natural de España, no sé muy bien en qué categoría incluirme, si es que entro en alguna. Pero a este paso tampoco sabré cómo calificarme dentro de mi propio país, y sobre qué pecados históricos tendré yo que pedir perdón, y a quién.

Porque la relación tormentosa de los españoles con su Historia reciente tampoco nos permite juzgar con inteligencia y mesura nuestra Historia anterior. En los medios españoles leí con estupor que alcaldes de ciudades importantes se negaban a celebrar el Día de la Fiesta Nacional porque es “la celebración de un genocidio”. No soy de los que observan religiosamente el desfile militar ni se emocionan con el ondear de la bandera, pero en buen castellano eso es mezclar el culo con las témporas.

España celebra ese día su Fiesta Nacional porque es una fecha simbólica, en la que ocurrió un acontecimiento que revolucionó la Historia Moderna, con mayúsculas, y en el que estaban implicadas gentes de nuestra Península, de nuestro sur de Europa. Y es una fecha que nos vincula irremediablemente a nuestros países hermanos, a esos que aquí llaman Spanish o Latinos, en lengua y cultura, con los que llevamos mezclándonos en un continuo trasiego de ida y vuelta desde hace 500 años. Construyendo con vaivenes históricos eso que, con debilidad de espíritu, llamamos Hispanidad.

Porque el problema que tratamos al llegar estas fechas, como en cualquier otra fecha en que salga a la calle la bandera nacional, aparte de los partidos de fútbol, claro, es otro problema de fondo. Es un problema de identificación con la comunidad, o más bien de falta de conciencia de comunidad. Y las fechas y los colores de las banderas no son más que excusas. No hubo menos sangre a partir del Motín del Té en el puerto de Boston el 4 de julio de 1776. Y qué decir del 14 de julio de 1789 en los alrededores de la cárcel de la Bastilla, en París, y la que se montó en muy pocos años bajo el hermoso lema de Liberté, Égalité, Fraternité. O desde el 2 de mayo de 1808 en Madrid. Y qué decir de los supuestos genocidas George Washington, Abraham Lincoln, Benjamin Franklin, Napoleón Bonaparte, a quienes nuestros míseros Colón, Hernán Cortés o Francisco de Orellana no llegarían ni a la suela del zapato.

Hace 25 años hizo Ernesto Sabato un bello desmentido de la “leyenda negra” que otras potencias europeas se han empeñado en mantener sobre la Historia de nuestro país, que ya es turbulenta sin añadidos sensacionalistas. Y en un momento se detenía el escritor argentino en ensalzar lo que nos une, lo que hemos venido a ser unos y otros, “los ibéricos, los indios y los africanos”, a ambas orillas del Atlántico: mezclados en  “complejísimos procesos de la fusión y el mestizaje, dejando de ser lo que habían sido, en usos y costumbres, religión, alimentos e idioma, produciendo un nuevo hecho cultural originalísimo. No como en la América anglosajona o en el coloniaje europeo de África  y Asia, donde hubo simple y despreciativo trasplante”.


         Me parece una actitud infantil, o desinformada o interesada, flagelarse vinculando a los españoles de hoy con la peor “leyenda negra”. Somos todos herederos de esa cultura híbrida, que con la resaca de los siglos nos sigue dejando más elementos de unión que de resentimiento. En España o en los Estados Unidos, no dudo en presentar como propias de mi cultura dos cosas de origen peruano por las que siento y transmito pasión: la tortilla de patatas y la prosa de Mario Vargas Llosa. Y lo mismo con cosas tan americanas y tan propias como el pisto manchego, el chocolate, los poemas del chileno Neruda o del nicaragüense Rubén Darío, o los boleros o el cine argentino. “Aceptemos, pues, la historia como es, siempre sucia y entreverada, y no corramos detrás de presuntas identidades”, dice Sabato.

         Hay voces que reclaman que se cambie la fecha de la Fiesta Nacional. Pero siento que si cambiáramos la fecha habría otras excusas para desdeñarla. ¿Cuál es la fecha adecuada para una celebración civil, para una fiesta que simplemente celebre la convivencia pacífica y la integración en una comunidad?

A fin de cuentas los españoles del siglo XXI tendremos que levantarnos un día de la mesa y sacudirnos el polvo histórico, para vivir sin más complejos que los de cualquier ciudadano de un país moderno normal. Porque ser español, con o sin bandera en el balcón, no es ser un genocida ni un centralista ni un fascista. Ser español hoy en día es pertenecer a una comunidad con un sistema sanitario modélico, a pesar de todo. Con un servicio de trasplantes generoso y efectivo, por ejemplo. Con el orgullo de haber integrado en nuestra sociedad leyes que nos igualan en dignidad, como la ley del matrimonio homosexual, antes que otros. España es un país donde todavía te pueden robar un banquero o un alcalde, pero también un país donde se puede confiar en la Guardia Civil o en los servicios médicos, por ejemplo. Y donde nadie anda a tiros con su vecino, a pesar de todo. Con tanto por mejorar, y al mismo tiempo con tanto por enseñar al mundo.

         Me pregunto cuántos siglos más de expiación deben sufrir los que nazcan en la Península para no tener que andar por el mundo lavándose la vergüenza de su origen. No sé si necesitaremos otra bandera, otros políticos, o simplemente otra educación, otra actitud. ¿Se podrán utilizar las palabras "orgullo" y "español" en la misma frase, sin que a uno lo acusen de ser lo que no es? Antonio Banderas, un español insigne que vive en los Estados Unidos, hizo el pasado julio un emotivo discurso, en la gala de premios Platino de Cine Iberoamericano, a propósito de lo que nos une a todos los que hablamos español aquí y allá, a propósito de esa cultura multiforme y pujante de la que los españoles somos una parte fundamental. "Efectivamente, sin enfrentamientos, con el corazón abierto, con la curiosidad por bandera y con la idea clara de que, aunque todos amamos a nuestros países de origen, podemos sin duda abrazar la idea de lo latino y el orgullo de sentirse hispanos", dijo el actor malagueño, antes de citar unas palabras de Don Quijote, en quien tanto compartimos. Y vale tanto para nuestro idioma, para nuestra comunidad grande latina, cono para nuestro propio país: "Nadie nos valorará si no lo hacemos nosotros primero".



domingo, 18 de octubre de 2015

Yesteryear's Genocides, Today's Societies

Genocide. Mass murders, greed, robbery, systematic rape. Slavery, destruction of the environment, annihilation of cultural heritage. Nobody could deny that all this happened in America after the Spanish landing. Spaniards did so in the same way that Portuguese, English, French, Dutch did, and all European people who travelled across the ocean from the 16th century in order to find fortune at any rate. And neither can it be denied that all those atrocities happened on a much larger scale and with even more repulsive methods, during the 19th and 20th centuries, throughout North and South  America, within sovereign countries, or at least not linked to the European controlling power.

         I’m reading in the Time magazine that many cities in the United States are embracing the trend of replacing the federal holiday on October 12, Columbus Day, by similar wording to ‘Indigenous People’s Day’. The city of Berkeley was the first one, in the symbolic date of 1992, and in the next years other cities have done so: Seattle and Portland, Ore., Minneapolis and St Paul, Minn., Olympia, Wash. or Albuquerque, NM. And now it’s Denver, Co., where oddly enough who proclaimed before the crowd the new designation for the public holiday, deleting the English name of Columbus, was a councilman named Paul López.

        
         There are some states that don’t recognized the public holiday, like South Dakota, Alaska or Hawaii. Since 2009 neither does California, since the Governor Arnold Schwarzenegger eliminated this holiday as part of a budget-cutting measure, even though many counties continue to observe it. Actually, the US Congress established Columbus Day as an official public day, in 1968, under the influence of Catholic American Italian lobbies, and that’s why in New York City this is the great Italian holiday of the year, whose parade draws a million people, according to LA Times, what takes part in the debate like all the local press.


         Nothing to do with Spain, then. Nothing about claiming the intercontinental feat of yesteryear's Spaniards, who went out to the sea with reckless and adventurous spirit to open the way to the New World in the Old Europe eyes. Not at all. Spain is a bit-part player, perharps a nation of brutal people who came in by boat and used to kill and rape at all times. And very few of Americans know that more than half of the current country’s territory belonged at any time to the Kingdom of Spain, or the fact that the first currency what was used in the US was the Spanish dollar, what bore the emblem of Castile. Furthermore, many Spaniards remained, indeed, not just in the names of several cities but in the own blood of many current America’s inhabitants.

         Spain is this very same kingdom that did not yet exist by the time Columbus embarked, and where population had for sharing not more than famine and misery, and it was the place where these supposedly criminals and genocides came out, the ones that the current American political correctness disparaged. Eduardo Galeano explained in The Open Veins of Latin America something that even many Spaniards know: in detailing the cycle of silver, what started in mining Potosí, in current Bolivia, Galeano warns very graphically that ‘Spain owned the cow, but others drank the milk’.

         On the pithead of that silver mine died around eight million people, sentenced by the greed of Spanish and Creole foremen. But in Spain, the exploitation of those territories meant paradoxically its own ruin: ‘The kingdom’s creditors, mostly foreigners, systematically emptied the strongroom of Seville’s Casa de Contratación, which was supposed to guard, under three keys in three different hands, the treasure flowing from Latin America. The Crown was mortgaged. It owed nearly all of the silver shipments, before they arrive, to German, Genoese, Flemish, and Spanish bankers’, Galeano explains. The same happened in other mines, in Huancavelica, in Guanajuato, in Zacatecas. Spain was an Empire with feet of clay what, because of its rulers’ delusions, devastated a continent and bled through European wars and degraded itself and got poor for centuries. And we all, somewhat, are victims of those episodes. History must be seen with some perspective.


And it’s worth remembering that they were also Spaniards, inheritors of Columbus and his foolish undertaking, so many good men who wanted to know the values of other cultures, who constituted the bedrock of a common mestizo society among peoples from both sides, most typically running risks against solid power structures. Was not Spaniard Vasco Núñez de Balboa, who opened the way to the Pacific Ocean? It was also from Spain Fray Bernardino de Sahagún, who not just learnt the Nahuatl language but he devoted several years to write comprehensive works compiling the indigenous people’s history in Mexico before the conquest.


And Fray Bartolomé de las Casas, who, besides transcribing the Columbus diaries, was the first to denounce the atrocities committed against the indigenous people, contributing they were considered as “humans”. A Spaniard from the island of Majorca was Fray Junípero Serra, founder of the Franciscan Missions that are in the origin of the current State of California. And poet Bernardo de Balbuena, who started a tradition of wonderful in literature that, centuries later, because of the influence of writers from many diverse and related places, transformed our language forever.



         There is no lack of people who denigrate the historical figure of Columbus, here and there, those who are ready to call genocides to the Spaniards who were born 500 years after that Meeting of Two Worlds that changed the development of history of humanity. Having completely forgotten that, for good or for evil, far from identity purity, America and Europe are nowadays what they are because of their mutual interaction for centuries. And denying where we come from is also denying what we really are.

jueves, 15 de octubre de 2015

Genocidios de antaño, sociedades de hoy

Genocidio. Asesinatos masivos, codicia, rapiña, violaciones sistemáticas. Esclavitud, destrucción del medio ambiente, aniquilación del patrimonio cultural. Nadie puede negar que tras la llegada de los españoles a América todo esto ocurrió. Y que lo hicieron españoles, y portugueses, e ingleses, y franceses, y holandeses, y europeos de todos los pueblos que saltaron los mares desde el siglo XVI para hacer fortuna a cualquier precio. Y tampoco puede nadie negar que todas esas atrocidades ocurrieron, en mucha mayor escala, y con métodos aún más repulsivos, durante los siglos XIX y XX, a lo largo de todo el continente americano, dentro de países soberanos, o al menos desligados del poder controlador europeo.
         Leo en la revista Time que numerosas ciudades de Estados Unidos se están sumando a la tendencia de sustituir el festivo federal del 12 de octubre, Columbus Day (Día de Colón) por fórmulas similares a ‘Día de los Pueblos Indígenas’. La ciudad de Berkeley fue la primera, en el simbólico año de 1992, y en las últimas fechas lo han hecho Seattle y Portland (Oregón), Minneapolis y St Paul (Minnesota), Olympia (Washington), o Albuquerque (Nuevo México). Y ahora Denver (Colorado), donde curiosamente proclamó ante la multitud la nueva denominación del día festivo, que borraba el nombre inglés de Colón, un concejal llamado Paul López.


Hay estados que oficialmente no reconocen la festividad, como Dakota del Sur, Alaska o Hawaii. Desde 2009 tampoco California, desde que el gobernador Arnold Schwarzenegger eliminó el festivo como una más de las medidas de recortes presupuestarios, aunque muchos condados sí siguen celebrándolo. En realidad, el Congreso de los Estados Unidos estableció este día festivo, en 1968, por la presión de lobbies católicos italianos, y ésa es la razón por la cual en Nueva York es la gran fiesta italiana del año, en cuyo desfile se cita alrededor de un millón de personas, según cuenta estos días LA Times, que, como toda la prensa local, entra también en el debate.


Nada que ver con España, pues. Nada de reivindicar la proeza intercontinental de los españoles de antaño, que con espíritu aventurero y temerario salieron a la mar para abrir el camino al Nuevo Mundo a los ojos de la Vieja Europa. Nada de eso. España es una comparsa, si acaso una nación de brutos que venían en algunos barcos, y que se dedicaban a matar y violar todo el tiempo. Y muy pocos americanos saben que más de la mitad del territorio de los Estados Unidos perteneció en algún momento al Reino de España, o que la primera moneda que circuló por el país fue el dólar español, y llevaba el escudo de Castilla. Y que los españoles se quedaron, por cierto, no sólo en los nombres de numerosas ciudades sino en la propia sangre de muchos de sus habitantes.

España es ese mismo reino que aún ni siquiera existía cuando Colón embarcó, y en el que la población no tenía para repartir más que hambre y miseria, y del que presuntamente salieron los criminales y genocidas que hoy denuesta la corrección política norteamericana. Eduardo Galeano explicó en Las venas abiertas de América Latina algo que tampoco demasiados españoles conocen: al detallar el ciclo de la plata que partía de la explotación de las minas de Potosí, en la actual Bolivia, Galeano advierte muy gráficamente de que "España tenía la vaca, pero otros tomaban la leche". 


En las bocas de aquella mina de plata murieron unos ocho millones de personas, condenadas por la codicia de los capataces españoles y criollos. Pero en España, la explotación de aquellos territorios significaba paradójicamente su ruina: "Los acreedores del reino, en su mayoría extranjeros, vaciaban sistemáticamente las arcas de la Casa de Contratación de Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves, y en tres manos distintas, los tesoros de América. La Corona estaba hipotecada. Cedía por adelantado casi todos los cargamentos de plata a los banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles", explica Galeano. Igual ocurrió con otras minas, en Huancavelica, en Guanajuato, en Zacatecas. España fue un imperio de barro que, por culpa de los delirios de sus gobernantes, esquilmó un continente y se desangró en guerras europeas y se envileció y empobreció por siglos. Y todos, en cierto modo, somos víctimas de aquellos episodios. La Historia hay que verla con perspectiva.

Y hay que recordar que también eran españoles, herederos de Colón y su loca empresa, tantos hombres buenos que quisieron conocer el valor de otras culturas, que cimentaron una sociedad común y mestiza entre las gentes de ambos lados, arriesgándose casi siempre contra estructuras sólidas de poder. ¿No era español Vasco Núñez de Balboa, que abrió el paso al Pacífico? También era español fray Bernardino de Sahagún, que no sólo aprendió la lengua náhuatl sino que dedicó años a escribir extensos volúmenes en los que recopiló la historia de los pueblos indígenas de México antes de la conquista.

Y fray Bartolomé de las Casas, que además de transcribir el diario de Colón fue el primero en denunciar las atrocidades cometidas contra los indios, contribuyendo a que fueran considerados "humanos". Español de Mallorca era fray Junípero Serra, fundador de las misiones franciscanas que son el origen del actual estado de California. Y el poeta Bernardo de Balbuena, que inició una tradición de lo maravilloso en la literatura que siglos después, de la pluma de autores de tantos lugares diversos y hermanos, transformó para siempre nuestra lengua.


Aquí y allí no faltan los que denigran la figura de Colón, los que están dispuestos a llamar genocidas a los que hemos nacido 500 años después de aquel encuentro entre dos mundos que cambió el devenir de la Historia de la Humanidad. Olvidando por completo que, para bien y para mal, y lejos de purezas identitarias, América y Europa son hoy lo que son por la mutua interacción de siglos. Y negar de dónde venimos es negar lo que somos.

domingo, 11 de octubre de 2015

12 de octubre en América, más allá de Cristóbal Colón

Un navegante demasiado inteligente y probablemente genovés llegó, al mando de dos carabelas y una nao castellanas, a una pequeña isla de las Bahamas hace hoy 523 años. Aquel encuentro geográfico y humano, y las posteriores conquistas, masacres e intercambios culturales, cambiaron sin remedio el transcurso de la Historia.

         Que Cristóbal Colón tuviera la certeza de que había algo al otro lado del océano, y que era posible alcanzarlo con los conocimientos técnicos del momento, y que además el interés del viaje fuera meramente económico y comercial, no le resta romanticismo a la empresa alocada de lanzarse a la mar con pocos medios, a la buena de Dios, sabiendo que bien podía ser que nunca llegaran a buen puerto.

         Ahora revisamos la Historia, y nuestros antiguos héroes son malvados cuyos mitos y recuerdos derriba la multitud. En 2004 la furia popular derribó la estatua de Colón en Caracas, como si volcando la efigie estuvieran acabando con una satrapía que había durado siglos. Durante casi un siglo en los países hispanos se celebró el 12 de octubre el Día de la Raza, sin que hasta la fecha sepamos qué es exactamente la raza hispánica.

         Hoy en España se celebra oficialmente el Día de la Fiesta Nacional, pero aparte de los militares que participan en el desfile, nadie hace alarde público de ningún orgullo nacional. Aparte de nuestros problemas identitarios, en un país donde se puede pasear con cualquier bandera excepto con la propia, la mayoría de la gente, con un exceso de prudencia, considera el 12 de octubre como un día más del último puente antes de que llegue el frío, o simplemente el día en que se celebra la Pilarica.

         Y en nuestros países hermanos hay una curiosa diversidad. España llamó durante años a esta celebración Día de la Hispanidad, pero el término parece tan hermoso como vacío de contenido, y no arraigó en ningún sitio. Algunos países, como Colombia, mantienen ese arcaico Día de la Raza, y otros han optado por soluciones tan limpias y humorísticas como Día del Encuentro de Culturas, en Costa Rica, Día de las Américas, en Uruguay o Perú, o Día del Respeto a la Diversidad Cultural, en Argentina. En Venezuela, más categóricos, después de derribado el ídolo, el 12 de octubre es el Día de la Resistencia Indígena.

         En España poca gente sabe que en los Estados Unidos también se celebra este día, aunque tampoco muchos aquí piensan realmente que los españoles tuvieran mucho que ver en aquel lío que se formó por estos lares desde el otoño de 1492. Lo curioso es que no siempre se celebra el 12 de octubre. Este año sí, porque cae en lunes, porque realmente la festividad de Columbus Day es el segundo lunes de octubre.

         Pero Columbus Day es en los Estados Unidos una celebración de orígenes y presencia italianos. En 1906 el estado de Colorado la declaró fiesta estatal, después de décadas en que venía celebrándose en numerosas ciudades con inmigrantes italianos, desde San Francisco a Nueva York. Porque fueron ellos, grupos de inmigrantes, asociaciones culturales, lobbies italianos, los que reivindicaron la figura de Cristóbal Colón (Cristoforo Colombo, Christopher Columbus) como algo propio, como una forma de visibilizar la presencia italiana en el país y de justificarla históricamente.

         En la actualidad es una fiesta federal, por lo que la mayoría del país toma asueto este día, aunque aquí también hay discrepancias. Alaska y Hawaii, que quedan tan lejos, no lo celebran. Tampoco Oregón, ni Dakota del Sur, donde la festividad se llama Día de los Nativos Americanos. En la ciudad de Berkeley se llama Día de los Pueblos Indígenas, y cosas parecidas en numerosas ciudades a lo largo del país. Y aquí, se llame, como se llame, muchos trabajamos este día.

         La mañana anterior, que es la mañana de un domingo ardiente, porque en San Diego hace mucho más calor en octubre que en agosto, paseamos por el centro de la ciudad, por el barrio de Little Italy. Como en todas las grandes ciudades norteamericanas, la comunidad italiana es una de las más visibles. Las calles principales tienen todo el año carteles con fotografías de italoamericanos célebres. A tanto han llegado las celebraciones de Columbus Day en ciudades estadounidenses, especialmente en Nueva York, que hasta en la propia Italia el día ha pasado a considerarse festivo en los últimos años: hoy es la Giornata Nazionale de Cristoforo Colombo.

         Y aquí están celebrando la Festa Nazionale, como dicen los carteles, con varias calles llenas de tenderetes de productos italianos: puestos de comida, de ropa, de bebidas y postres. Varios escenarios con música en directo, en italiano y en inglés. Una góndola varada en un cruce de calles, para que la gente se haga fotografías. Grandes mapas y banderas de Italia y de Sicilia desplegados por todos lados. Una exhibición de coches antiguos, y no sólo italianos, que ocupa varias calles en Downtown. Un grupo de jóvenes juega al stickball, algo parecido al béisbol, en una calle cortada. Una imagen a tamaño real de otro hijo de emigrantes italianos, el papa Francisco, con el que hacerse otra foto. Dos calles donde muchos pintores alegran la calzada con motivos e imágenes de San Diego, con tizas y ceras blandas. Como en Balboa Park hay muchos monumentos españoles, y es lo más cercano a la cultura italiana que tienen a mano, muchos de los murales sobre la calzada representan la copia de la Giralda o los patios castellanos, y hasta la estatua del Cid Campeador que hay allí, sólo que en uno de los dibujos le han colgado al héroe castellano una bandera de Italia.

         Caminamos bajo un sol de justicia, entre el bullicio y los olores de pizza y salsas para pasta. En un puesto, llevan a cabo un curioso concurso, el de la pisa de la uva. Varios concursantes patalean con vigor dentro de una cuba llena de uvas gordas, y salpican a todo el que pasa alrededor. En cada esquina se ven, no muy lejos, el agua de la bahía y los barcos del museo marítimo, galeones históricos no más grandes que los barcos que trajeron Colón y su gente cuando cruzaron el Atlántico. Comemos ravioli, que por lo visto es una palabra genovesa, aunque no lo supiéramos, con queso y salsa de tomate, y tenemos que ir al agua de la piscina para no caer derretidos bajo este verano raro. Al menos los italianos, aunque sean americanos, están orgullosos de aquel otro héroe español de enciclopedia antigua, aquel navegante perspicaz y valiente que salió a la mar y encontró dos mundos.